NAVIDADES FORZOSAS (Pedro P. Sacristan)
Hubo una
vez un hombre tan harto de ver tantas cosas malas por el mundo, que una Navidad
deseó que todo el mundo fuera bueno y tuviera espíritu navideño. Y resultó que,
mágicamente, su deseo se vio cumplido. Cuando salió a la calle, todo el mundo
parecía feliz y nadie era capaz de hacer mal. Unos niños tiraron piedras a un
perro pero, por el aire, las piedras se convirtieron en nieve; un hombre cruzó
la calle despistado, y cuando el conductor sacó medio cuerpo por la ventanilla
para gritar algo, le dio los buenos días y le deseó felices fiestas; y hasta
una mujer rica que caminaba envuelta en su abrigo de pieles, al pasar junto a
un mendigo, cuando parecía que iba proteger aún más su bolso, lo agarró y se lo
dio lleno, con todo el dinero y las joyas.
Nuestro
navideño hombre estaba feliz, pero la cosa cambió cuando fue a pagar en el
supermercado. Le atendió aquella cajera que lo estaba pasando tan mal por falta
de dinero, y pensó en dejarle de propina lo justo para poder tomarse luego un
chocolate caliente, pero antes de darse cuenta, sin saber muy bien cómo, le
había dejado de propina todo el dinero que llevaba encima. Y si aquello no le
hizo mucha gracia, menos aún le gustó cuando en lugar de ir al gimnasio subió
al autobús que iba a la prisión y se pasó un par de horas visitando peligrosos
delincuentes encarcelados, y otro par de horas escuchando la pesada charla de
una anciana solitaria en el asilo, en lugar de ir a ver una preciosa obra de
teatro sobre la Navidad, tal y como había previsto.
Molesto por
todo aquello, sin saber qué le empujaba a obrar así, empezó a comprobar que
todo el mundo tenía aquel perfecto espíritu navideño gracias a que se había
cumplido su deseo. Pero igual que él mismo, casi nadie estaba a gusto haciendo
todas aquellas justas y generosas cosas. Entonces se dio cuenta de lo injusto
que había sido su deseo: había pedido que todos mejoraran, que el mundo se
hiciera bueno, cuando él estaba realmente lejos de ser así. Durante años se
había creído bueno y justo, pero habían bastado un par de días para demostrarle
que era como todos, sólo un poco bueno, sólo un poco generoso, sólo un poco
justo... y lo peor de todo, no quería que aquello cambiase.
Hay quien
dice que todos somos como ese hombre. También hay locos que dicen que bastaría
con que un hombre cambie para cambiar el mundo. Y algunos, mis favoritos, dicen
que ya ha llegado la hora de cambiar a ese hombre sólo un poco bueno que llevamos
con nosotros a todas partes.
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Hace 2011 años (ya casi 2012), los Reyes Magos recorrieron un largo camino
para ofrecerle al niño pobre que nació en un pesebre oro, incienso y mirra.
Podríamos pensar que cualquier otro presente hubiera sido igual de importante,
pero no es verdad. Con estos presentes querían reconocer y dar voz a ese niño
pobre, querían asignarle el nombre que le correspondía como Rey, Dios y Hombre
(simbolizado con el oro, el incienso y
la mirra). Se acercaron a Él y le reconocieron su Nombre.
En esta Navidad (y a lo largo del año) no solamente hay que darse cuenta de
las injustas realidades que nos rodean, sino que hay que acercarse a ellas y
tomar partido. Hay que reconocerlas y ponerles voz, nombre, dirección… Cada uno
debe reflexionar sobre las maneras en que puede acercarse a los que lo
necesitan. Acercarse y darles esa dignidad y esa importancia que de alguna
manera se les ha negado. Acercándonos a ellos les haremos “visibles”, aunque
todos los días nos crucemos o estemos con ellos. Porque la Navidad es de todos
y para todos. Porque todos juntos podemos conseguir que brille la luz y ser
ejemplo, con nuestros actos, para los que tenemos alrededor.
Para dar voz a los “sin voz”, nombre a los “sin nombre”, caricias a los
“rechazados”, sustento a los carecen de ello… “Mucha gente pequeña, en lugares
pequeños, haciendo pequeñas cosas, pueden cambiar el Mundo” (proverbio
africano).
¿Cómo puedo ser Rey Mago? Cada uno encuentra su propia respuesta.